El pensamiento independiente y libre es peligroso.

Es peligroso porque nos permite mirar detrás de la cortina.

Mientras que los medios de comunicación se centran en temas de moda o en las imposiciones del momento para mantener ocupada a la opinión pública, el pensamiento independiente se libra por completo de esas influencias.

Mientras la población en general se distrae con información que se queda en la superficie, el pensamiento independiente escarba más hondo.

El pensamiento independiente descree, analiza, relaciona, busca fuentes, compara, critica y, en esencia, desconfía.

El lamento de este camino es, por desgracia, el ostracismo intelectual. Los más grandes pensadores, y en particular los filósofos, han sufrido estas consecuencias.

Se llega inevitablemente a la conclusión no sólo de que hay verdades ocultas bajo la superficialidad, sino también de que una gran parte de la población no quiere conocer esas verdades.

Para muchos, es preferible vivir con las mentiras superficiales porque son más fáciles de aceptar. Prefieren vivir en la ilusión de un orden ficticio y en las promesas vacías que les inculcan.

Como proclamó Schopenhauer:

«Lo que más odia el rebaño es al que piensa distinto; no es tanto la opinión en sí, sino la audacia de querer pensar por sí mismo, cosa que ellos no saben hacer».

En esencia, las masas necesitan creer. Creer en algo más que en sí mismos. Necesitan creer que están a salvo, que hay orden en sus vidas. El pensamiento contrario sería aterrador.

Este es el principio más esencial de los dogmas y esta es la razón por la que el adoctrinamiento se instala prácticamente sin resistencia.

Es el principio básico del castigo y la recompensa. También se funde en él el miedo a lo desconocido. Para estas creencias, el pensador independiente es la mayor amenaza, porque no se deja convencer fácilmente por mentiras y promesas.

Sin embargo, vivirá el ostracismo de su conocimiento.